Los libros del Nuevo Testamento fueron escritos unos 14 siglos antes de que se inventara la imprenta en el mundo occidental.
El único método de reproducir la Biblia fue, durante largos siglos, copiar su texto a mano.
Todos los manuscritos originales de las Escrituras se han perdido, por lo tanto, el Nuevo Testamento que ahora tenemos es hecho a base de copias, las más antiguas de las cuales se escribieron muchos años después de la muerte de sus autores originales.
Es casi seguro que ninguna de las copias que existen fue hecha de los escritos originales, sino de otras copias; y en el proceso de recopiar las Escrituras durante siglos, en manuscritos posteriores de la Biblia se filtraron algunos errores de copia.
La exactitud de las obras impresas se puede comprobar si se dispone de los manuscritos originales del autor; se pueden hacer cambios o correcciones cuando se publica una nueva edición, y esos cambios se ven fácilmente comparando todas las ediciones.
Pero el proceso es diferente cuando se trata de obras que durante siglos han sido escritas a mano y no tenemos los manuscritos originales.
En este caso se necesita, con frecuencia, una laboriosa comparación científica antes de que el erudito pueda pensar que probablemente han llegado al texto original de cada pasaje.