El principal propósito de la carta es doble: en primer lugar, reprochar la apostasía que había provocado en la iglesia la introducción de prácticas que corrompían las enseñanzas del Evangelio; y en segundo lugar, enseñar o explicar puntos de creencia y de práctica acerca de los cuales los creyentes habían pedido aclaraciones.
Pablo no encubrió el pecado ni lo trató con indulgencia. Fue imparcial en su condenación, y no procuró lisonjear ninguna de las transgresiones ni tampoco paliarlas en forma alguna. Con firmeza y severidad condenó las desviaciones de la senda de la rectitud.
Junto con la presentación de las irregularidades y el reproche por los crecientes males de la iglesia, se ve la piedad compasiva y la tierna misericordia que siempre se hallan en el corazón de los verdaderos colaboradores con Cristo, un amor que siempre procura levantar al caído, restaurar al extraviado y curar al alma herida.
Pablo sabía que el amor, y no la fuerza ni la aspereza, es el poder que convierte y conquista el corazón. Por lo tanto, la intervención quirúrgica espiritual a la que sometió a la iglesia de Corinto fue seguida por el bálsamo consolador del amor apacible. Esto se ve especialmente en la exposición magistral del amor cristiano que se encuentra en el cap. 13.
En lo referente a enseñanzas, la epístola trata de varios asuntos prácticos, como el matrimonio, la participación en alimentos ofrecidos a los ídolos, el comportamiento en los servicios de la iglesia, la Cena del Señor y el debido empleo de los dones espirituales.