EL DIOS QUE YO CONOZCO

38.09. APOCALIPSIS - Bosquejo

I. PRÓLOGO, 1: 1-3.


II. LAS CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, 1: 4 a 3: 22.

A. Saludo, 1: 4-8.
B. Introducción: la visión de Cristo, 1: 9-20.
C. A Efeso, 2: 1-7.
D. A Esmirna, 2: 8-11.
E. A Pérgamo, 2: 12-17.
F. A Tiatira, 2: 18-29.
G. A Sardis, 3: 1-6.
H. A Filadelfia, 3: 7-13.
I. A Laodicea, 3: 14-22.


III. EL TRONO DE DIOS Y EL LIBRO DE LOS SIETE SELLOS, 4: 1 a 8: 1.

A. El trono celestial, 4: 1-11.

B. El triunfo del Cordero, 5: 1-14.

C. Los primeros seis sellos, 6: 1-17.

1. El primer sello: el caballo blanco, 6: 1-2.
2. El segundo sello: el caballo bermejo, 6: 3-4.
3. El tercer sello: el caballo negro, 6: 5-6.
4. El cuarto sello: el caballo amarillo (pálido), 6: 7-8.
5. El quinto sello: el clamor de los mártires, 6: 9-11.
6. El sexto sello: el día de la ira de Dios, 6: 12-17.

D. El sellamiento de los 144.000, 7: 1-8.

E. La gran multitud, 7: 9-11.

F. El séptimo sello: finaliza el conflicto, 8: 1.


IV. LOS JUICIOS DE DIOS: LAS SIETE TROMPETAS, 8: 2 a 11: 19.

A. Introducción, 8: 2-6.

B. Las primeras seis trompetas, 8: 7 a 9: 21.

1. La primera trompeta: fuego, granizo y sangre, 8: 7.
2. La segunda trompeta: la montaña que arde, 8: 8-9.
3. La tercera trompeta: la estrella que cae, 8: 10-11.
4. La cuarta trompeta: son heridos el sol, la luna y lasestrellas, 8: 12-13.
5. La quinta trompeta: langosta, 9: 1-12.
6. La sexta trompeta: los ángeles del Eufrates, 9: 13-21.

C. El ángel con el librillo, 10: 1-11.

D. Medición del templo, 11: 1-2.

E. Los dos testigos, 11: 3-14.

F. La séptima trompeta: el triunfo de Dios, 11: 15-19.


V. LA FASE FINAL DEL GRAN CONFLICTO, 12: 1 a 20: 15.

A. Satanás hace guerra contra el pueblo remanente, 12: 1 a 13: 14.

1. Desarrollo del conflicto, 12: 1-16.
2. Satanás declara la guerra, 12: 17.
3. El papel de la bestia semejante a un leopardo, 13: 1-10.
4. El papel de la bestia de dos cuernos, 13: 11-14.

B. Principios en juego en el último conflicto, 13: 15 a 14: 20.

1. El ultimátum de Satanás al pueblo de Dios: la imagen y la marca de la bestia, 13: 15-18
2. El triunfo de los 144.000 sobre la bestia, su imagen y sumarca, 14: 1-5.
3. El ultimátum de Dios a los habitantes de la tierra: los mensajes de los tres ángeles, 14: 6-12.
4. Derrota de los que rechazan la exhortación final de Dios, 14: 13-20.

C. Las siete últimas plagas: castigos divinos sobre los impíos, 15: 1 a 17: 18.
1. Una afirmación de la justicia divina, 15: 1-4.
2. Preparación para la ira de Dios, 15: 5 a 16: 1.
3. Las siete últimas plagas, 16: 2-21.
4. Enjuiciamiento de Babilonia la grande, 17: 1-18.

D. Exterminación del mal, 18: 1 a 20: 15.
1. Afirmación de la misericordia divina: una exhortación final a salir de Babilonia, 18: 1-4.
2. El fin de la oposición religiosa organizada: la desolación de Babilonia, 18: 5-24.
3. La coronación de Cristo como Rey de reyes, 19: 1-10.
4. La segunda venida de Cristo y su triunfo sobre esta tierra, 19: 11-21.
5. El milenio: exterminación del pecado y los pecadores, 20: 1-15.


VI. LA TIERRA NUEVA Y SUS MORADORES, 21: 1 a 22: 5.

A. La nueva Jerusalén, 21: 1-27.

B. El río y el árbol de vida, 22: 1-2.

C. El reino eterno de los santos, 22: 3-5.


VII. EPÍLOGO: ADMONICIÓN E INVITACIÓN, 22: 6-21.

A. Recepción del libro y su mensaje, 22: 6-10.

B. Una exhortación a estar listos para la venida de Cristo, 22: 11-21.

38.08. APOCALIPSIS - Tema - II

El Apocalipsis tiene cuatro divisiones principales o líneas proféticas:

(1) las siete iglesias, cap. 1-3;
(2) los siete sellos, cap. 4 a 8: 1;
(3) las siete trompetas, cap. 8: 2 a 11 y
(4) los sucesos finales del gran conflicto, cap. 12-22.

Si se tiene en cuenta que el lenguaje del libro es a menudo sumamente figurado, es esencial descubrir la intención y el propósito de su autor inspirado y el significado de la obra para los lectores a quienes originalmente se dirigía. De otro modo, la interpretación de sus figuras -y por lo tanto de su mensaje- puede reflejar una simple opinión personal.

Los primeros lectores eran cristianos que hablaban griego, y quienes, ya fueran judíos o gentiles, consideraban los escritos del canon del AT como la Palabra inspirada de Dios y estaban dispuestos a interpretar la nueva revelación en estrecha relación con la antigua. Por lo tanto, las siguientes observaciones y principios serán de utilidad para una correcta interpretación del Apocalipsis.

En el Apocalipsis se encuentran y terminan todos los libros de la Biblia, y es, en un sentido especial, el complemento del libro de Daniel. Mucho de lo que estaba sellado en el libro de Daniel (Daniel 12: 4) es revelado en el libro del Apocalipsis, y los dos deben estudiarse juntos.

El Apocalipsis contiene citas o alusiones de 28 de los 39 libros del AT. De acuerdo con un erudito hay 505 citas y alusiones tales, de las cuales unas 325 son de los libros proféticos: Isaías, Jeremías, Ezequiel, y Daniel en particular. De los profetas menores son más comunes las referencias a Zacarías, Joel, Amós y Oseas. De los libros del Pentateuco se hace uso especialmente de Éxodo. De las secciones poéticas se emplea Salmos.

Algunos también encuentran ecos de los siguientes libros del NT: Mateo, Lucas, 1 y 2 Corintios, Efesios, Colosenses y 1 Tesalonicenses. Un examen de las citas y alusiones revela que él traducía directamente del AT hebreo, aunque a veces bajo la influencia de la LXX o una versión griega posterior.

Una comprensión clara de estas citas y alusiones en su marco histórico en el AT, es el primer paso para la comprensión de los pasajes donde aparecen en el Apocalipsis. Entonces puede estudiarse el contexto en que las usa Juan para descubrir el significado que él les da. Esto se aplica particularmente a los nombres de personas y lugares, y a cosas, hechos y sucesos. Como muchos de los símbolos del libro del Apocalipsis ya eran conocidos en la literatura apocalíptico judía, esa literatura a veces ayuda a aclarar el significado de esos símbolos.

Los que están familiarizados con la historia romana de ese tiempo también observarán que el lenguaje de Juan describe a menudo el Imperio Romano y las vicisitudes de la iglesia bajo su dominio. Por lo tanto, un estudio de la historia romana de ese período aclara algunos pasajes que de otra manera serían oscuros. Finalmente debe prestarse atención a las formas de pensamiento y expresión de la época a la luz del fondo cultural de ese tiempo.

Al determinar el significado de las escenas sucesivas que pasaron delante de Juan en visión, conviene recordar que el Apocalipsis fue dado para guiar, consolar y fortalecer a la iglesia no sólo de esa época sino a través de la era cristiana hasta el fin del tiempo. En él fue predicha la historia de la iglesia para el beneficio y vital consejo de los creyentes de los tiempos apostólicos, de los cristianos de las edades futuras y de los que viviesen en los últimos días de la historia de la tierra, a fin de que todos pudiesen tener una comprensión inteligente de los peligros y conflictos que les aguardaban.

38.07. APOCALIPSIS - Tema - I

Desde su mismo comienzo (cap. 1: 1) este libro se anuncia como un apocalipsis o revelación, como un descorrer del velo de los misterios del futuro, que culminan con el triunfo de Jesucristo.

Los escritos apocalípticos habían descollado entre la literatura religiosa judía durante más de dos siglos. En verdad, el primer apocalipsis que se conoce -el libro de Daniel-, apareció en el tiempo del cautiverio babilónico en el siglo VI a. C.

Mediante las guerras de los Macabeos, cuando los judíos recobraron su independencia política 400 años más tarde, crecieron las esperanzas mesiánicas que se enfocaban en el anhelado nuevo reino judío, y apareció un conjunto de literatura apocalíptica que seguía en mayor o menor grado la forma literaria y los símbolos de Daniel.

En el siguiente siglo, cuando la conquista romana deshizo las esperanzas de los judíos de que hubiera un reino mesiánico mediante los asmoneos, las expectativas mesiánicas llegaron a ser aún más intensas al anticipar los judíos a un mesías que venciera a los romanos. Durante el siglo 1 a. C. y el siglo 1 d. C., tales esperanzas continuaron siendo un incentivo para que hubiera más obras apocalípticas. Ver Antigua literatura judía en El Texto Bíblico AT.

Por lo tanto, no hay por qué sorprenderse de que en el NT, escrito mayormente -si no del todo- por judíos y para una iglesia que era mayormente judía en su fondo religioso, Dios colocara un libro de carácter apocalíptico que expone el punto de vista cristiano de los sucesos que llevarían hasta el introducimiento del reino mesiánico. En sus mensajes a los hombres por medio de los profetas, Dios expresa su voluntad en lenguaje humano y en formas literarias con las cuales estaba familiarizada la gente a quien se dirigieron originalmente sus mensajes.

Aunque apocalipsis es en verdad profecía, difiere de otras profecías bíblicas (como las de Isaías, Jeremías, Ezequiel y los profetas menores) en varios aspectos importantes, y estos rasgos distintivos son las características de la literatura apocalíptica. Entre esas características distintivas sobresalen las siguientes:

1. El alcance cósmico de lo apocalíptico. Mientras que la mayoría de las profecías se refieren a los problemas nacionales e internacionales que giran entorno de la historia de Israel y el glorioso futuro que pudo haber sido suyo (ver "El Papel de Israel en la Profecía del Antiguo Testamento" en Los Profetas y las Profecías), lo apocalíptico desempeña su papel en el escenario mayor del universo, y tiene como tema central el gran conflicto entre Dios y Cristo contra Satanás y viceversa.

2. La base de lo apocalíptico en visiones y sueños. El escritor apocalíptico registra los sueños y visiones que recibió mientras estaba "en el Espíritu" (cap. 1: 10. A menudo es arrebatado y llevado a lugares distantes donde contempla escenas de majestad y grandeza que sobrepujan toda descripción que pueda hacerse en lenguaje humano, y allí conversa con ángeles. Aunque también se registran estas experiencias repetidas veces en los otros profetas, son particularmente características de los escritores apocalípticos; en realidad, forman virtualmente todo el contenido de las secciones apocalípticas de Daniel y del Apocalipsis.

3. El uso de alegorías en lo apocalíptico. En términos generales, en la profecía los símbolos son lecciones objetivas concretas de la vida diaria; por ejemplo, el alfarero y la arcilla (Jeremías 18: 1-10), el yugo (Jeremías 27: 2) y el adobe (Ezequiel 4: 1-2). Por otra parte, en la profecía apocalíptica los símbolos empleados son casi siempre seres que nunca se ven en la vida real, como bestias policéfalas, ángeles que vuelan en el cielo y animales que hablan y obran con inteligencia. Los lapsos proféticos, aunque raros en las profecías comunes, se dan generalmente allí en años literales (Jeremías 29: 10), mientras que en Daniel y el Apocalipsis aparecen lapsos proféticos repetidas veces y generalmente deben entenderse de acuerdo con el principio de día por año.

4. La forma literaria de lo apocalíptico. Muchas de las profecías están en forma poética, mientras que la profecía apocalíptica (incluyendo la no canónica) está casi enteramente en prosa, excepto una inserción ocasional de poesía, particularmente de himnos (Apoc. 4: 11; 5: 9-10; 11: 17-18; 15: 3-4;18:2-24; 19: 1-2, 6-8).

Estas consideraciones destacan la regla de que para ser debidamente interpretada la literatura apocalíptica, debe ser entendida en términos de su estructura literaria característica y de su énfasis teológico. El centro de su mensaje es el tema del gran conflicto, que enfoca especialmente el fin catastrófico de este mundo y el establecimiento de otro nuevo. Todo esto se presenta en lenguaje eminentemente simbólico, que no siempre permite una exacta interpretación.

Al hablar de las cosas sobrenaturales, el lenguaje literal es a veces completamente inadecuado para presentar las más primorosas realidades del cielo. El lenguaje figurado apocalíptico es en algunos aspectos semejante al de las parábolas, y deben tomarse las mismas precauciones al interpretar ambos.

El Apocalipsis es una "revelación de Jesucristo" en acción para perfeccionar un pueblo en la tierra a fin de que pueda reflejar su carácter inmaculado, y para guiar a su iglesia a través de las vicisitudes de la historia hacia la realización del propósito eterno de Dios. Aquí, en una forma más completa que en cualquiera otra parte de las Sagradas Escrituras, el velo que oculta lo invisible de lo visible se descorre para revelar detrás, encima y entre la trama y urdimbre de los intereses, las pasiones y el poder de los hombres, los agentes del Ser misericordioso, que ejecutan silenciosa y pacientemente los consejos de la voluntad de Dios.

38.06. APOCALIPSIS - Marco histórico

Los eruditos modernos están divididos en cuanto a si el momento cuando se escribió el Apocalipsis debe fijarse en una fecha relativamente temprana, durante los reinados de Nerón (54-68 d. C.) o de Vespasiano (69-79 d. C., o en una fecha posterior, hacia el fin del reinado de Domiciano (81-96 d. C.).

Los eruditos que prefieren una fecha más antigua para el Apocalipsis, generalmente identifican la persecución citada en las cartas a las siete iglesias con la que sufrieron los cristianos en el reinado de Nerón (64 d. C.), o posiblemente más tarde en el tiempo de Vespasiano, aunque no es claro hasta qué punto este último emperador persiguió a la iglesia. Creen que el mundo convulsionado descrito en el Apocalipsis refleja las dificultades que perturbaron la ciudad de Roma desde los últimos años de Nerón hasta los primeros años de Vespasiano. Ven en la bestia que sufre una herida mortal y es curada (cap. 13: 3), y en la bestia que "era y no es; y está para subir del abismo" (cap. 17: 8), una representación de Nerón, de quien decía una leyenda popular que apareció después de su muerte, que reaparecería algún día. También creen que el número simbólico 666 (cap. 13: 18) representa a Nerón César, escrito en consonantes hebreas (NRWN QSR). Estas evidencias han inducido a cierto número de destacados eruditos a ubicar la redacción del Apocalipsis a fines de las décadas de los años 60 ó 70 del siglo I.

Este razonamiento, aunque indudablemente basado en hechos históricos, depende, para ser admitido, de la interpretación que se dé a ciertas declaraciones del Apocalipsis. Pero una interpretación tal es, por supuesto, subjetiva, y no ha sido aceptada por muchos verdaderos eruditos del pasado.

El testimonio de los primeros escritores cristianos es casi unánime en el sentido de que el libro de Apocalipsis fue escrito durante el reinado de Domiciano.

Ireneo, que afirma que tuvo relación personal con Juan por medio de Policarpo, declara del Apocalipsis: "Porque eso no fue visto hace mucho tiempo, sino casi en nuestros días, hacia fines del reinado de Domiciano" (Contra herejías v. 30).

Victorino (m. c. 303 d. C.) dice: "Cuando Juan dijo estascosas estaba en la isla de Patmos, condenado a trabajar en las minas por elcésar Domiciano. Por lo tanto, allí vio el Apocalipsis" (Comentario sobre el Apocalipsis, cap. 10: 11).

Eusebio (Historia eclesiástica III, 20, 8-9) registra que Juan fue enviado a Patmos por Domiciano, y que cuando los que habían sido desterrados injustamente por Domiciano fueron liberados por Nerva, su sucesor (96-98 d. C.), el apóstol volvió a Efeso.

Un testimonio cristiano tan antiguo nos ha inducido a fijar el momento cuando se escribió el Apocalipsis, al final del reinado de Domiciano, o sea antes de 96 d. C.

Por lo tanto, es interesante mencionar brevemente algo de las condiciones que existían en el imperio, particularmente las que afectaban a los cristianos durante el tiempo de Domiciano. Durante su reinado la cuestión de la adoración del emperador llegó a ser por primera vez crucial para los cristianos, especialmente en la provincia romana de Asia, región a la cual se dirigieron en primer lugar las cartas a las siete iglesias.

La adoración del emperador era común en algunos lugares al este del mar Mediterráneo aun antes de Alejandro Magno. Este fue deificado y también sus sucesores. Cuando los romanos conquistaron el Oriente, sus generales y procónsules eran aclamados a menudo como deidades. Esta costumbre fue mucho más fuerte en la provincia de Asia, donde siempre habían sido populares los romanos. Era común edificar templos para la diosa Roma, personificación del espíritu del imperio, y con su adoración se relacionaba la de los emperadores. En el año 195 a. C. se le erigió un templo en Esmirna; y en el 29 a. C. Augusto concedió permiso para la edificación de un templo en Efeso para la adoración conjunta de Roma y de Julio César, y de otro en Pérgamo, para la adoración de Roma y de sí mismo. Augusto no promovía su propia adoración, pero en vista de los deseos expresados por el pueblo de Pérgamo, sin duda consideró tal adoración como una conveniente medida política. En ese culto la adoración de Roma poco a poco llegó a ser menos importante, y sobresalió la del emperador. La adoración de éste en ninguna manera reemplazaba la de los dioses locales, sino que era añadida y servía como un medio para unificar el imperio. Los rituales del culto del emperador no siempre se distinguían fácilmente de las ceremonias patrióticas. En Roma se instaba a no adorar a un emperador mientras aún vivía, aunque el senado deificó oficialmente a ciertos emperadores ya muertos.

Gayo Calígula (37-41 d. C.) fue el primer emperador que promovió su propia adoración. Persiguió a los judíos porque se oponían a adorarlo, y sin duda también hubiera dirigido su ira contra los cristianos si hubieran sido lo bastante numerosos en sus días como para que le llamaran la atención. Sus sucesores fueron más condescendientes, y no persiguieron a los que no los adoraban.

El próximo emperador que dio importancia a su propia adoración fue Domiciano (81-96 d. C.). El cristianismo no había sido aún reconocido legalmente por el gobierno romano, pero aun una religión ilegal difícilmente fuera perseguida a menos que se opusiera a la ley; y esto fue precisamente lo que hizo el cristianismo. Domiciano procuró con todo empeño que su pretendida deificación se arraigara en la mente del populacho, e impuso su adoración a sus súbditos. El historiador Suetonio registra que publicó una carta circular en nombre de sus procuradores, que comenzaba con estas palabras: " 'Nuestro Señor y nuestro Dios ordena que esto sea hecho' " (Domiciano xiii. 2).

Un pasaje no muy claro del historiador romano Dio (Historia romana LXVII. 14. 1-3) parece explicar esta persecución:

"Y en el mismo año [95 d. C.] Domiciano mató junto con muchos otros a Flavio Clemente el cónsul, aunque era su primo y tenía como esposa a Flavia Domitila, que era también pariente del emperador. Ambos fueron acusados de ateísmo, acusación por la cual fueron condenados muchos otros que habían adoptado costumbres judías. Algunos de ellos fueron muertos, y el resto por lo menos fue despojado de sus propiedades. Domitila sólo fue desterrada a Pandataria".

Aunque a primera vista este pasaje parece registrar una persecución contra los judíos (y de acuerdo con el historiador judío H. Graetz, el primo de Domiciano era prosélito judío [History of the Jews, t. 2, pp. 387-389] ), los eruditos han sugerido que en realidad Flavio Clemente y su esposa fueron castigados por ser cristianos. Desde el punto de vista de un historiador pagano que no conocía íntimamente el cristianismo, "costumbres judías" sería una descripción lógica del cristianismo, y el "ateísmo" bien podría representar la negativa de los cristianos de adorar al emperador. Eusebio (Historia eclesiástica iii. 18.4, p. 123) sin duda confunde la relación entre Domitila y Clemente, y dice que Domiciano desterró a una sobrina de Clemente, llamada Flavia Domitila, porque era cristiana. Probablemente las dos referencias son a la misma persona, y sugieren que la persecución llegó hasta la familia imperial.

Esa persecución, por negarse a adorar ante el altar del emperador, sin duda constituye la razón inmediata del destierro de Juan a Patmos, y por lo tanto de la redacción del libro del Apocalipsis. Sin duda habían muerto todos los apóstoles, excepto Juan, y éste se hallaba desterrado en la isla de Patmos. El cristianismo ya había entrado en su segunda generación. La mayoría de los que habían conocido al Señor habían muerto. La iglesia se veía frente a la más fiera amenaza externa que había conocido, y necesitaba una nueva revelación de Jesucristo. Por lo tanto, las visiones dadas a Juan llenaban una necesidad específica en ese tiempo; y mediante ellas el cielo fue abierto para la iglesia que sufría, y los cristianos que se negaban a inclinarse ante la pompa y el esplendor del emperador, recibieron la seguridad de que su Señor, ya ascendido y ante el trono de Dios, superaba infinitamente en majestad y poder a cualquier monarca terrenal que pudiese exigir su adoración.