Además de los Evangelios circulaban otras obras cristianas en la iglesia primitiva; pero las epístolas del apóstol Pablo ocupaban el primer lugar.
Pablo escribió generalmente para hacer frente a problemas específicos en ciertas localidades; sin embargo, al mismo tiempo fomentaba la distribución de sus cartas, como es evidente por su pedido de que los colosenses (Col. 4:16) y los laodicenses intercambiaran sus cartas.
Puede asegurarse que antes de que su carta pasara a otra congregación, por lo general la iglesia que la tenía hacía copia de ella. Las cartas de Pablo fueron quizá las que primero se copiaron, y esa colección de copias creció. Que esta colección ya existía en los días apostólicos puede deducirse por lo que dice Pedro (2 Pedro 3:15-16), alrededor tal vez del año 65 d. C.
Así también Clemente Romano, que escribió a la Iglesia de Corinto 30 años después, pudo amonestarles: "Aceptad la epístola del bendito apóstol Pablo" escrita a los corintios (1 Clemente cap. 47). El hecho de que Clemente continúa refiriéndose al contenido de 1 Corintios parece indicar que esa epístola había sido guardada no sólo en Corinto sino que Clemente tenía también una copia a su disposición en Roma.
Otros testigos de que desde muy antiguo se distribuían los escritos de Pablo son Ignacio y Policarpo. Ambos escribieron en la primera mitad del siglo II.
Alrededor del año 117 d. D., Ignacio escribió desde Esmirna a los efesios que Pablo "en toda su Epístola hace mención de vosotros en Cristo Jesús" (cap. 12).
Probablemente a mediados del siglo II Policarpo escribió a los filipenses acerca de Pablo, que "cuando ausente de vosotros os escribió una carta que, si la estudiáis cuidadosamente, encontraréis que es el medio para edificaros en aquella fe que os ha sido dada" (cap. 3). En otra parte de la misma epístola (cap. 12) Policarpo cita a Pablo (Efe. 4:26) como "escritura".
Estas afirmaciones indican claramente que tanto Ignacio como Policarpo conocían muy bien por lo menos dos de las cartas de Pablo y que esperaban que las iglesias también las conocieran. Por eso parece probable que circulara ampliamente una colección de las epístolas de Pablo unas pocas décadas después de su muerte.
Otras epístolas, además de las de Pablo, deben también haber circulado desde los primeros años.
Pedro dirigió su primera carta a los cristianos de cinco provincias del Asia Menor, dándole así claramente el carácter de una carta circular.
Santiago tuvo el mismo propósito cuando dirigió su epístola "a las doce tribus que están en la dispersión".
Juan dirigió el Apocalipsis a las siete iglesias de la provincia romana de Asia y afirmó específicamente que tenía la inspiración divina en lo que escribía (Apocalipsis 1: 1-3; 22:18-19).
Es razonable entonces concluir que estos libros rápidamente alcanzaron una amplia circulación.
Frente a estas pruebas es obvio el hecho de que libros que se originaron en el tiempo de los apóstoles, y que referían la vida de Cristo o contenían importantes mensajes de los apóstoles, fueron muy estimados por la iglesia y se reconoció su autoridad.