La colección de los escritos sagrados del Nuevo Testamento encontró su prototipo en el canon del Antiguo Testamento.
La LXX (Antiguo Testamento), que era en todo el mundo de habla griega la Biblia de los judíos de la dispersión (diáspora), se convirtió en la Biblia de la cristiandad.
Los cristianos aceptaron con ella la doctrina judía de la inspiración divina, de modo que en los libros del Antiguo Testamento no veían sólo las palabras de Samuel, David o Isaías, sino más bien la Palabra de Dios, el resultado del Espíritu divino y de una sabiduría divina.
Como los cristianos creían que los judíos habían perdido sus privilegios y habían sido rechazados por Dios por rechazar a Cristo, la iglesia cristiana se consideraba a sí misma como la única que tenía derecho a ser dueña de esa Palabra de Dios y de interpretarla.
El Antiguo Testamento contenía profecías que señalaban a Cristo y también muchas gloriosas promesas para el verdadero pueblo de Dios, pueblo que los cristianos creían que eran. Todo esto hizo que el Antiguo Testamento fuera amado por los primeros cristianos.