El primero que estableció un canon del Nuevo Testamento fue el hereje Marción, aproximadamente a mediados del siglo II.
Marción era un consumado antisemita que sostenía que el Jehová del Antiguo Testamento, el Dios judaico de ira y justicia, no tenía nada en común con el Dios cristiano de amor. Marción sostenía que era un fiel intérprete de la teología cristiana de Pablo, y como era un excelente organizador fijó, para su propia iglesia sectaria, un canon bíblico de acuerdo con sus ideas.
Eliminó todo el Antiguo Testamento y también algunos libros de la era apostólica. Su Biblia consistía, por lo tanto, sólo del Evangelio de Lucas, los escritos del apóstol Pablo y un libro llamado Antíthesis, en el cual presentaba sus argumentos para rechazar el Antiguo Testamento.
Su colección de las epístolas de Pablo, llamada Apostólikon, consistía de diez cartas de Pablo: Gálatas, 1 y 2 Corintios, Romanos, 1 y 2 Tesalonicenses, "Laodicenses" (Efesios), Colosenses, Filipenses y Filemón.
Rechazó 1 y 2 Timoteo, Tito y Hebreos, y también alteró el texto de los libros que aceptó para que concordaran con su teología.
La obra de Marción obligó a la iglesia a definirse respecto a los libros que con justicia podrían ser considerados como parte de las Escrituras. Lamentablemente hay pocas fuentes disponibles que muestren claramente cómo procedió la iglesia cristiana en este asunto a mediados del siglo II. Un claro cuadro del canon del Nuevo Testamento sólo aparece alrededor del año 200 d. C.
Las escasas fuentes sobre este tema que están a nuestro alcance durante el período de que nos ocupamos, son las siguientes:
Justino Mártir, contemporáneo de Marción, escribió varias obras en Roma alrededor del año 150 d. C., en las cuales consideró los Evangelios como Sagradas Escrituras, al mismo nivel del Antiguo Testamento. Cuando describe los cultos de la iglesia cristiana, dice que en sus reuniones los cristianos leían las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas (es decir, el Antiguo Testamento) antes del sermón (Primera apología, cap. 67).
Al escribir para los lectores paganos, Justino usó un término literario: apomnêmoneumata, "memorias", para referirse a los Evangelios, lo que explica en el pasaje precedente (Id., cap. 66).
Al mencionar los Evangelios antes que el Antiguo Testamento cuando describe la lectura de las Escrituras cristianas, indica que la iglesia daba a los Evangelios una categoría por lo menos tan elevada como la del Antiguo Testamento.
Justino también declara (Diálogo, cap. 103) que los Evangelios habían sido compuestos por los apóstoles o por los discípulos de los apóstoles.
A veces introduce citas de los Evangelios con una fórmula como ésta: "Cristo ha dicho" (Id., cap. 49, 105); y algunas veces con la frase: "Escrito está" (Id., cap. 49, 100, 107).
Si bien se ha debatido cuántos Evangelios conocía Justino, es fuerte la evidencia de que usaba los cuatro. Algunas de sus citas no están en la forma exacta en que aparecen en los Evangelios canónicos, y pueden haber sido tomadas de fuentes extrabíblicas.
En ese mismo tiempo en 2 Clemente se usan dichos de Jesús que no se hallan en los Evangelios canónicos (cap. 4-5, 12), por lo tanto no sería sorprendente que Justino hubiera hecho lo mismo.
Los escritos de Justino demuestran que no sólo estaba familiarizado con los Evangelios sino también con Romanos, 1 Corintios, Gálatas, Efesios, Colosenses, 2 Tesalonicenses, Hebreos, 1 Pedro y Hechos.
En una declaración tomada del Antiguo Testamento cita el Apocalipsis y un dicho del Señor (Diálogo, cap. 8l).
Taciano, discípulo de Justino, compuso una armonía de los cuatro Evangelios canónicos con lo cual parece indicar que consideraba que esos libros no estaban entre las obras apócrifas. Esta armonía conocida como Diatesarón (literalmente "a través de cuatro"), parece que era la forma autorizada en que el relato evangélico circuló durante unos dos siglos en la iglesia de habla siríaca.
Teófilo de Antioquía. (m. c. 181 d. C.) coloca los Evangelios en el mismo nivel de los libros proféticos del Antiguo Testamento, y declara que fueron escritos por "neumatophoroi", "[hombres] llevados por el espíritu" (A Autólico ii. 22; iii. 12).
El libro del Apocalipsis era tenido en alta estima en ese tiempo. Eso lo indican Justino Mártir (Diálogo cap. 81), Teófilo (Eusebio, Historia Eclesiástica iv. 24) y Apolonio (Eusebio, Id. v. 18).