EL DIOS QUE YO CONOZCO

9.05. El canon del Nuevo Testamento a fines del siglo II

A fines del siglo II es evidente que existía un canon, o sea un conjunto de libros reconocidos generalmente como los que constituían el Nuevo Testamento.
En diversas partes del mundo romano hay testigos que afirman la existencia de un canon tal.

De Roma procede un documento llamado el Fragmento Muratoriano.

De las Galias, el testimonio de Ireneo de Lyon.

Del Africa, el de Tertuliano de Cartago.

De Egipto, el de Clemente de Alejandría.

9.04. Evolución del canon del Nuevo Testamento, 140-180 d. C

El primero que estableció un canon del Nuevo Testamento fue el hereje Marción, aproximadamente a mediados del siglo II.

Marción era un consumado antisemita que sostenía que el Jehová del Antiguo Testamento, el Dios judaico de ira y justicia, no tenía nada en común con el Dios cristiano de amor. Marción sostenía que era un fiel intérprete de la teología cristiana de Pablo, y como era un excelente organizador fijó, para su propia iglesia sectaria, un canon bíblico de acuerdo con sus ideas.

Eliminó todo el Antiguo Testamento y también algunos libros de la era apostólica. Su Biblia consistía, por lo tanto, sólo del Evangelio de Lucas, los escritos del apóstol Pablo y un libro llamado Antíthesis, en el cual presentaba sus argumentos para rechazar el Antiguo Testamento.

Su colección de las epístolas de Pablo, llamada Apostólikon, consistía de diez cartas de Pablo: Gálatas, 1 y 2 Corintios, Romanos, 1 y 2 Tesalonicenses, "Laodicenses" (Efesios), Colosenses, Filipenses y Filemón.

Rechazó 1 y 2 Timoteo, Tito y Hebreos, y también alteró el texto de los libros que aceptó para que concordaran con su teología.

La obra de Marción obligó a la iglesia a definirse respecto a los libros que con justicia podrían ser considerados como parte de las Escrituras. Lamentablemente hay pocas fuentes disponibles que muestren claramente cómo procedió la iglesia cristiana en este asunto a mediados del siglo II. Un claro cuadro del canon del Nuevo Testamento sólo aparece alrededor del año 200 d. C.

Las escasas fuentes sobre este tema que están a nuestro alcance durante el período de que nos ocupamos, son las siguientes:

Justino Mártir, contemporáneo de Marción, escribió varias obras en Roma alrededor del año 150 d. C., en las cuales consideró los Evangelios como Sagradas Escrituras, al mismo nivel del Antiguo Testamento. Cuando describe los cultos de la iglesia cristiana, dice que en sus reuniones los cristianos leían las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas (es decir, el Antiguo Testamento) antes del sermón (Primera apología, cap. 67).

Al escribir para los lectores paganos, Justino usó un término literario: apomnêmoneumata, "memorias", para referirse a los Evangelios, lo que explica en el pasaje precedente (Id., cap. 66).

Al mencionar los Evangelios antes que el Antiguo Testamento cuando describe la lectura de las Escrituras cristianas, indica que la iglesia daba a los Evangelios una categoría por lo menos tan elevada como la del Antiguo Testamento.

Justino también declara (Diálogo, cap. 103) que los Evangelios habían sido compuestos por los apóstoles o por los discípulos de los apóstoles.

A veces introduce citas de los Evangelios con una fórmula como ésta: "Cristo ha dicho" (Id., cap. 49, 105); y algunas veces con la frase: "Escrito está" (Id., cap. 49, 100, 107).

Si bien se ha debatido cuántos Evangelios conocía Justino, es fuerte la evidencia de que usaba los cuatro. Algunas de sus citas no están en la forma exacta en que aparecen en los Evangelios canónicos, y pueden haber sido tomadas de fuentes extrabíblicas.

En ese mismo tiempo en 2 Clemente se usan dichos de Jesús que no se hallan en los Evangelios canónicos (cap. 4-5, 12), por lo tanto no sería sorprendente que Justino hubiera hecho lo mismo.

Los escritos de Justino demuestran que no sólo estaba familiarizado con los Evangelios sino también con Romanos, 1 Corintios, Gálatas, Efesios, Colosenses, 2 Tesalonicenses, Hebreos, 1 Pedro y Hechos.

En una declaración tomada del Antiguo Testamento cita el Apocalipsis y un dicho del Señor (Diálogo, cap. 8l).

Taciano, discípulo de Justino, compuso una armonía de los cuatro Evangelios canónicos con lo cual parece indicar que consideraba que esos libros no estaban entre las obras apócrifas. Esta armonía conocida como Diatesarón (literalmente "a través de cuatro"), parece que era la forma autorizada en que el relato evangélico circuló durante unos dos siglos en la iglesia de habla siríaca.

Teófilo de Antioquía. (m. c. 181 d. C.) coloca los Evangelios en el mismo nivel de los libros proféticos del Antiguo Testamento, y declara que fueron escritos por "neumatophoroi", "[hombres] llevados por el espíritu" (A Autólico ii. 22; iii. 12).

El libro del Apocalipsis era tenido en alta estima en ese tiempo. Eso lo indican Justino Mártir (Diálogo cap. 81), Teófilo (Eusebio, Historia Eclesiástica iv. 24) y Apolonio (Eusebio, Id. v. 18).

9.03. Las Sagradas Escrituras en la iglesia primitiva - III

Además de los Evangelios circulaban otras obras cristianas en la iglesia primitiva; pero las epístolas del apóstol Pablo ocupaban el primer lugar.

Pablo escribió generalmente para hacer frente a problemas específicos en ciertas localidades; sin embargo, al mismo tiempo fomentaba la distribución de sus cartas, como es evidente por su pedido de que los colosenses (Col. 4:16) y los laodicenses intercambiaran sus cartas.

Puede asegurarse que antes de que su carta pasara a otra congregación, por lo general la iglesia que la tenía hacía copia de ella. Las cartas de Pablo fueron quizá las que primero se copiaron, y esa colección de copias creció. Que esta colección ya existía en los días apostólicos puede deducirse por lo que dice Pedro (2 Pedro 3:15-16), alrededor tal vez del año 65 d. C.

Así también Clemente Romano, que escribió a la Iglesia de Corinto 30 años después, pudo amonestarles: "Aceptad la epístola del bendito apóstol Pablo" escrita a los corintios (1 Clemente cap. 47). El hecho de que Clemente continúa refiriéndose al contenido de 1 Corintios parece indicar que esa epístola había sido guardada no sólo en Corinto sino que Clemente tenía también una copia a su disposición en Roma.

Otros testigos de que desde muy antiguo se distribuían los escritos de Pablo son Ignacio y Policarpo. Ambos escribieron en la primera mitad del siglo II.

Alrededor del año 117 d. D., Ignacio escribió desde Esmirna a los efesios que Pablo "en toda su Epístola hace mención de vosotros en Cristo Jesús" (cap. 12).

Probablemente a mediados del siglo II Policarpo escribió a los filipenses acerca de Pablo, que "cuando ausente de vosotros os escribió una carta que, si la estudiáis cuidadosamente, encontraréis que es el medio para edificaros en aquella fe que os ha sido dada" (cap. 3). En otra parte de la misma epístola (cap. 12) Policarpo cita a Pablo (Efe. 4:26) como "escritura".

Estas afirmaciones indican claramente que tanto Ignacio como Policarpo conocían muy bien por lo menos dos de las cartas de Pablo y que esperaban que las iglesias también las conocieran. Por eso parece probable que circulara ampliamente una colección de las epístolas de Pablo unas pocas décadas después de su muerte.

Otras epístolas, además de las de Pablo, deben también haber circulado desde los primeros años.

Pedro dirigió su primera carta a los cristianos de cinco provincias del Asia Menor, dándole así claramente el carácter de una carta circular.

Santiago tuvo el mismo propósito cuando dirigió su epístola "a las doce tribus que están en la dispersión".

Juan dirigió el Apocalipsis a las siete iglesias de la provincia romana de Asia y afirmó específicamente que tenía la inspiración divina en lo que escribía (Apocalipsis 1: 1-3; 22:18-19).

Es razonable entonces concluir que estos libros rápidamente alcanzaron una amplia circulación.

Frente a estas pruebas es obvio el hecho de que libros que se originaron en el tiempo de los apóstoles, y que referían la vida de Cristo o contenían importantes mensajes de los apóstoles, fueron muy estimados por la iglesia y se reconoció su autoridad.

9.02. Las Sagradas Escrituras en la iglesia primitiva - II

Además del Antiguo Testamento, la iglesia primitiva poseía las "palabras del Señor" como recibidas de Jesús mismo o de los apóstoles que habían sido testigos oculares.

La iglesia consideraba las palabras y profecías de Jesús en el mismo nivel de inspiración que las afirmaciones del Antiguo Testamento.

Por eso Pablo podía citar el Pentateuco y unirlo con una declaración de Jesús:

1 Timoteo 5:18
"Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; (Deut. 25:4) y: Digno es el obrero de su salario" (Lucas 10:7).

Era sencillamente natural que cuando los apóstoles predicaban el Evangelio por todo el mundo, circularan oralmente muchas de las palabras del Señor y muchas reminiscencias en cuanto a él.

Un ejemplo de esto lo tenemos cuando Pablo, hablando a los ancianos de Efeso, usó un dicho de Jesús que no aparece en ninguna parte de los Evangelios:

"En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir" (Hechos 20:35).

Que la tradición oral acerca de las palabras de Jesús existía en el siglo II, queda demostrado por el relato de Eusebio (Historia eclesiástica iii. 39. 2-4) en cuanto al interés manifestado en ellas por Papías (primer tercio del siglo II).

Pero al mismo tiempo pueden verse en el más antiguo período cristiano ciertos pasos iniciales para la formación del canon del Nuevo Testamento.

En la primera generación de cristianos aparecieron registros escritos de la vida de Cristo. En el prólogo de su Evangelio (Lucas 1:1-4), Lucas testifica de que existían en su tiempo varias obras que describían la vida y las enseñanzas de Jesús, y prosigue asegurando a sus lectores que su narración es digna de fe.

Puede aceptarse que antes de terminar el siglo I la mayoría de las iglesias poseían el Evangelio escrito. Es evidente que los padres de la iglesia estaban familiarizados con estos escritos, pues los citan.

La palabra "Evangelio" - ευαγγελιον [euaggelion] aparece en el Nuevo Testamento sólo en número singular para designar las alegres nuevas de Jesús.

Justino Mártir (c. 150 d. C.) fue el primero que usó el plural "los Evangelios" τα ευαγγελια [ta euaggelia] para designar los relatos escritos de la vida de Jesús.

Poco a poco se comenzó a usar la frase "escrito está", que generalmente se utilizaba para citar el Antiguo Testamento, para referirse también a los dichos de Jesús.

La primera vez que se la usó fue en la Epístola de Bernabé (cap. 4), escrita antes de 150 d. C.

El cap. 14 de la así llamada Segunda Epístola de Clemente, de más o menos la misma fecha, habla de la enseñanza de los "Libros de los apóstoles" acerca de la iglesia, referencia que puede incluir los Evangelios y el Antiguo Testamento como los "Libros", y que ciertamente demuestra la categoría que habían alcanzado las epístolas en ese tiempo.