EL DIOS QUE YO CONOZCO

12.01. MATEO - Título


Los manuscritos griegos más antiguos del NT existentes hoy dan a este libro el título de "Según Mateo".

El título "El Evangelio de San Mateo" se encuentra en la mayoría de los manuscritos posteriores, menos la palabra "San".

El título que lleva en el Textus receptus, "El Santo Evangelio según Mateo", sólo se encuentra en los manuscritos más recientes.

En las Escrituras, el término "evangelio" (ευαγγελιον [euaggelion]) significa "buenas noticias", "buenas nuevas". Es decir, las buenas nuevas de salvación expuestas en la vida y las enseñanzas de Jesús. No se aplica al registro escrito en sí; sin embargo, después del período neotestamentario, se usó esta palabra también para referirse a los libros que narran la vida de Jesús.

11.04. La Providencia Divina guió la formación del Canon

El estudio de la evolución del canon del Nuevo Testamento proporciona una evidencia convincente de que la mano de la Providencia guió en la formación del canon de la Palabra escrita de Dios.

Como se ha visto ya, las decisiones que produjeron el canon de 27 libros no fueron en esencia la obra de una iglesia organizada que expresara su voluntad mediante un papa o un concilio general.

Más bien, el canon de las Escrituras evolucionó gradualmente durante unos cuatro siglos, a medida que muchos cristianos, bajo la dirección del Espíritu de Dios, reconocieron que ciertas obras habían sido inspiradas por el mismo Espíritu y otras obras no lo habían sido.

En esta obra de selección, divinamente inspirada, ciertas normas ayudaron a los primeros cristianos para decidir qué libros merecían un lugar en las Escrituras y cuáles no; y una de esas normas fue la paternidad literaria.

El Nuevo Testamento era las buenas nuevas acerca de Jesucristo, y naturalmente los cristianos creían que la presentación más auténtica de este pasaje provenía de aquellos hombres que la habían Escrito porque habían estado con Jesús.

Por eso finalmente sólo se aceptaron aquellas obras de las cuales los cristianos estaban claramente convencidos de que habían sido escritas o por un apóstol o por un compañero de un apóstol que escribió en el período apostólico.

Por eso los libros de Marcos y Lucas fueron admitidos debido a que todos los cristianos estaban convencidos de que habían sido escritos en el tiempo de los apóstoles Pedro y Pablo, y quizá bajo su supervisión.

Pero la Epístola de Bernabé, ampliamente aceptada en el siglo II, finalmente fue eliminada del canon porque su contenido demostraba que no pudo haber sido escrita por ese colaborador de los apóstoles.

El Pastor de Hermas gozó del favor de algunos de los primeros cristianos; pero al fin fue excluido del canon porque se originó en el período postapostólico.

Otra norma usada por la iglesia primitiva para la fijación del canon fue el contenido de cada libro.

A veces eso implicaba un discernimiento más sutil que la cuestión de la paternidad literaria. Se necesitaba la evaluación de un libro en términos de su valor intrínseco, su compatibilidad con el resto de las Escrituras y su conformidad con la experiencia cristiana.

Sin duda, en gran medida debido a este principio la iglesia primitiva rechazó muchos Evangelios gnósticos y libros de Apocalipsis de esa misma tendencia.

Para efectuar con éxito todo esto, era esencial la conducción del Espíritu de Dios, el mismo Espíritu que guió la mente de profetas y apóstoles mientras escribían, y que ha hecho surgir la convicción en el corazón de todo verdadero creyente mientras lee las Escrituras de que realmente es la Palabra de Dios.

11.03. El Concilio de Trento (1545-1564) etableció por decreto un canon de las Escrituras obligatorio para todos los miembros de la Iglesia Católica

Los libros apócrifos del Nuevo Testamento fueron rechazados antes y más resueltamente en la iglesia de Occidente que entre los cristianos del Oriente.

Alrededor del año 200 d. C. había en el Occidente una clara definición respecto a los libros cuyo origen apostólico era cuestionable, como lo demuestran Tertuliano y el Fragmento Muratoriano, si bien algunos de esos mismos libros eran usados sin escrúpulos por Clemente de Alejandría.

Los libros apócrifos todavía eran parte de la literatura de la iglesia de Oriente en los siglos III y IV, como lo testifican las obras de Orígenes y de Eusebio.

En ese tiempo dichos libros eran rechazados unánimemente por los padres de la iglesia latina; sin embargo, manuscritos bíblicos posteriores revelan que en algunos círculos continuaron usándose libros apócrifos hasta la Edad Media.

Se sabe que 20 de esos manuscritos contienen una traducción latina del Pastor de Hermas, y más de 100 tienen la así llamada Epístola de Pablo a los Laodicenses.

Es un hecho notable que ninguno de los concilios ecuménicos de la iglesia de los primeros siglos trató de fijar el canon.

El primer concilio ecuménico (reconocido sólo por la Iglesia Católica) que trató del canon fue el Concilio de Trento (1545-1564), el cual estableció por decreto, por primera vez, un canon de las Escrituras obligatorio para todos los miembros de la Iglesia Católica.

Aunque, como ya se mencionó, concilios anteriores habían tratado del canon, esos concilios no eran ecuménicos y, sólo tenían jurisdicción sobre ciertos distritos eclesiásticos.

11.02. La Epístola a los Hebreos

La Epístola a los Hebreos tampoco fue aceptada del todo en la iglesia de Occidente hasta la segunda mitad del siglo IV. La principal razón para esta demora radicó en que se discutía su paternidad literaria.

Los padres latinos de los siglos III y IV no mencionaban la epístola o rechazaban a Pablo como su autor. Por eso está excluida del Catálogo Claromontano, a menos que figure allí como "Epístola de Bernabé", lo que es posible, pero poco probable.

A pesar de todo, los grandes teólogos y dirigentes eclesiásticos latinos de la última parte del siglo IV fueron decididamente influidos por la teología griega del Oriente, donde nunca se había dudado de que Pablo fuera el autor de Hebreos.

Por eso Jerónimo, Hilario de Poitiers, Lucifer de Cagliari, Vigilio de Tapso, Ambrosio, Agustín y otros dirigentes del Occidente comenzaron a aceptar la canonicidad de Hebreos.

Esta tendencia fue legalizada en el sínodo de Roma en 382 d. C. que declaró que en el canon hay 14 cartas de Pablo. Los concilios posteriores de Hipona y Cartago también reconocieron que Hebreos es una epístola paulina.

En su canon del Nuevo Testamento, Agustín, tal como lo presenta en su obra De doctrina cristiana (II. 8, 12-14), no difiere en nada del canon de Atanasio de Alejandría contenido en su 39.a Carta Pascual .

Desde este tiempo en adelante, las iglesias latina y griega tuvieron el mismo canon del Nuevo Testamento de 27 libros.