EL DIOS QUE YO CONOZCO

8.02. Antiguas traducciones siríacas

La historia de las traducciones de la Biblia al siríaco se parece mucho a la de las traducciones al latín, pues las primeras traducciones, de origen dudoso, finalmente fueron reemplazadas por una versión autorizada reconocida.

8.01a. La Vulgata

Las grandes diferencias entre las diversas traducciones latinas antiguas hizo necesaria una revisión completa.

Esta tarea fue emprendida por Jerónimo bajo el patrocinio de su amigo, el papa Dámaso.

Jerónimo usó el antiguo texto latino de tipo europeo y lo corrigió de acuerdo con los manuscritos griegos.

Comenzó su obra con el Nuevo Testamento alrededor del año 382 d. C. En 405 ya había traducido también el Antiguo Testamento.

Como su obra era patrocinada por Roma, la traducción de Jerónimo desplazó gradualmente a versiones anteriores, y finalmente recibió el honroso título de Vulgata "la común".

Sin embargo, su aceptación no fue posible hasta que se hicieron algunas modificaciones en su texto. Por lo tanto, la Vulgata que conocemos hoy no es, de ninguna manera, una obra exclusiva de Jerónimo.

8.01. Antiguas traducciones latinas

Estas traducciones son anteriores a la época cuando Jerónimo preparó la traducción de la Vulgata a fines del siglo IV.

Cada manuscrito es muy diferente de todos los demás.

Agustín dijo al comentar este hecho, que se conocía el número de los que tradujeron la Biblia hebrea al griego (los Setenta), pero que no se podía decir lo mismo del número de los autores de las traducciones latinas.

Se conocen unos 50 manuscritos de estas antiguas traducciones latinas hechas desde el siglo IV hasta el XIII.

Su texto es muy parecido al texto griego del Códice de Beza y, en algunos respectos, al de la antigua versión siríaca.

El nombre Itala, aplicado frecuentemente a las antiguas traducciones latinas, es incorrecto, pues se basa en un error de comprensión de una expresión de Agustín que en realidad usó este término para la Vulgata.

8.00. Las traducciones antiguas del Nuevo Testamento

Cuando las enseñanzas cristianas se propagaron en países donde no se hablaba griego, fue necesario hacer traducciones de los escritos sagrados de la iglesia en las lenguas vernáculas.

Quizá por esto a fines del siglo II el Nuevo Testamento fue traducido al siríaco, una forma del arameo que se hablaba en el norte de Siria y la alta Mesopotamia.

En ese mismo tiempo se hicieron traducciones al latín para los cristianos de Italia y del norte del Africa; y también, probablemente, antes del año 200 d. C. se hicieron traducciones de las Escrituras al copto para los creyentes del alto Egipto.

Después, especialmente a comienzos de la Edad Media, se hicieron traducciones a la lengua gótica, al armenio, al etíope y al árabe.

Las versiones más antiguas - siríaca, latina y copta - han sido de mucho valor para la investigación textual. Su importancia se debe a que esas traducciones se hicieron antes que cualquiera de los manuscritos griegos que hoy se conocen; por eso sirven como testimonios de los tipos textuales que existían a fines del siglo II.

Como provienen de zonas geográficas limitadas, también sirven para revelar el lugar de origen de ciertas peculiaridades y variantes textuales.

Sin embargo, su utilidad también está sujeta a limitaciones porque ninguna traducción representa fielmente al original, y estas traducciones antiguas sólo han llegado a nosotros en copias posteriores que, como todos los otros manuscritos, tienen sus propias historias textuales.

Comparten las mismas limitaciones las traducciones medievales posteriores, como la arábiga, laanglosajona, la valdense y la paleogermana. Evidentemente algunas fueron traducciones de traducciones, tomadas de la Vulgata latina y no del texto griego.